Saturno y las sondas Voyager

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Saturno, el sexto planeta del Sol, está en órbita a una distancia de 1.430 millones de kilometros y es el segundo en tamaño de nuestro sistema solar. Muchos misterios relativos al señor de los anillos han sido desvelados gracias a las sondas espaciales Voyager 1 y 2, que han convertido en obsoletos hasta algunos datos enviados en 1979 por la sonda Pioneer 11.

Saturno, como su gigantesco vecino Júpiter, posee, con toda probabilidad, un núcleo rocoso e incandescente. Sin embargo, esto no significa que sea un planeta caliente: el corazón candente de Saturno está rodeado por una densa cubierta de hidrógeno sólido, alrededor del cual hay una capa de gas líquido y hielo que provocan, en la nubosa atmósfera que envuelve su superficie, temperaturas muy bajas.

En cuanto a su atmósfera, un mortífero combinado de hidrógeno, helio, amoníaco y metano, puede decirse que es menos turbulenta que la de Júpiter, pero no por esto completamente tranquila. La notable velocidad de rotación de Saturno alrededor de su eje (el día saturniano sólo dura diez horas y catorce minutos) hace que esté recorrida por cinturones de gases multicolores, cuyo único valor es el de convertir al planeta en variopinto a los ojos de los astrónomos.

No obstante, lo que más ha fascinado y llamado la atención de los estudiosos por más de trescientos años, son los famosos anillos. A medida que eran descubiertos, los anillos han sido bautizados con las primeras letras del alfabeto por lo que no indican, en la sucesión, su posición real con respecto al planeta. Su secuencia, partiendo del planeta y yendo hacia afuera es, en efecto: D, C, B, A, F y E. La sonda Voyager 1, durante su cercano encuentro con Saturno, envió espléndidas imágenes de los anillos, poniendo en evidencia que, en realidad, otros centenares de pequeños anillos estaban comprendidos entre los viejos anillos A, B y C, invalidando así la teoría que consideraba a estos tres anillos como un único disco de materia.

El Voyager 1 ha revelado, además, que el anillo F, descubierto en 1979 por el Pioneer 11, está a su vez fraccionado en tres partes, recorridas por pequeños anillos, y ha confirmado la existencia del anillo D al que ha fotografiado durante su paso a través de la sombra de Saturno. También el tenue anillo E, visible desde la Tierra cada quince años, cuando Saturno está en una determinada posición con respecto a nuestro planeta, ha sido observado por el Voyager 1.

En lo que respecta a la composición de los anillos, con un ancho total de 65.000 km. y con un grosor de sólo algunos km., se piensa que están formados por bolas de nieve heladas o por rocas recubiertas de hielo, cuyas dimensiones varían desde algunas micras a un metro de diámetro.

Pero los descubrimientos del Voyager 1 no terminaron aquí. También en lo relativo a los satélites de Saturno la sonda de la NASA nos ha enviado excepcionales informaciones. Hasta el día de su encuentro con Saturno se sabía que el planeta de los anillos tenía una decena de lunas, de las cuales la más próxima era Jano, la más distante Febo y la más interesante, por las dimensiones y atmósfera, Titán.

En sólo doce horas de observación del Voyager, los satélites de Saturno se han convertido en 15. La sonda había fotografiado, efectivamente 6 pequeñas lunas, algunas de las cuales eran observadas por primera vez. Dos de ellas, los satélites número 10 y 11, están situados en la misma órbita a 91.000 km. de Saturno. En cambio, poco se sabe todavía de los satélites número 12, 13, 14 y 15, excepción hecha de la trayectoria de sus órbitas.

Las sondas gemelas Voyager 1 y 2, fueron hechas en tiempo útil para aprovechar la "ventana de lanzamiento" de 1977. En aquel año, gracias a la alineación de los planetas externos, fue posible aprovechar su fuerza de gravedad para enviar sondas espaciales en misión a Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. El campo gravitatorio de un planeta habría impulsado a la sonda hacia el planeta sucesivo, supliendo así la necesidad de una gran reserva de combustible, indispensable para llevar a cabo un viaje tan largo.

Completamente automáticas, las sondas Voyager debían estar en contacto con tierra a través de monitores, pero también debían ser notablemente autónomas y tener la capacidad de modificar por sí mismas si fuera necesario, su propia ruta. Cada sonda funciona con 400 vatios de energía eléctrica proporcionada por generadores nucleares, mientras la transmisión de los datos a través de los millones de km. que separan a los Voyager de la Tierra, está asegurada por un transmisor de sólo 25 vatios, la potencia de una pequeña bombilla familiar.

Un dato anecdótico: el encuentro del Voyager 1 con Saturno comenzó el 22 de agosto de 1980 y se concluyó el 12 de noviembre del mismo año, cuando la fuerza gravitatoria de Saturno modificó la trayectoria de la sonda impulsándola fuera del plano elíptico. El Voyager 1, que también ha explorado los satélites internos de Saturno (Mimas, Encéladus, Tetis, Dione, Rhea), mostrando que casi todos tienen una superficie similar a la de nuestra Luna, entró en una trayectoria hacia fuera de nuestro sistema solar. En cambio, el Voyager 2, siguió su trayectoria para un encuentro con Urano.


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